Avenida del desastre
Todo el mundo sabía que la calle de Juan Sebastián Elcano, en
la playa de Vera, era carne de inundación.
Se construyó en paralelo a la desembocadura del río Antas, en una zona
en que ya hubo desbordamientos en 1973 y 1989.
Pero nadie hizo nada. Y volvió un aluvión
Álvaro de Cózar. El País, 7 octubre 2012
Situémonos en ese momento, pasadas las once de la mañana del
viernes 28 de septiembre. Unos minutos antes, la policía local ha pasado por
la calle Juan Sebastián Elcano, en el municipio de Vera, pidiendo por
megáfono a los vecinos que quiten sus coches de la vía y los aparquen lejos
de allí. Los avisos no sirven de mucho. Numerosos habitantes de la calle son
extranjeros que no entienden bien el español; otros confunden los mensajes
con la habitual letanía de los vendedores ambulantes y otros ni siquiera los
oyen. Casi nadie capta la advertencia.
A esa hora, pasadas las once, y cuando la intensidad de la lluvia en la
calle no puede asustar a nadie, el jubilado Alfonso Hidalgo Moreno, que
acaba de sacar a sus perros, Bobo y Betis, prepara café en la cocina de su
casa; el socorrista Antonio González, de 33 años, envía un mensaje por móvil
a una amiga mientras ve la tele; la alemana Karim Radomsky, de 58, deja de
organizar la compra del mercado y empieza a subir muebles y ropa a la planta
de arriba, porque ella y su familia se huelen algo terrible, y Raquel, una
señora de 65 años que está haciendo unas lentejas, oye los pitidos de un
coche en la calle y a un conductor que grita desesperadamente: “¡Qué viene
agua!, ¡qué viene agua!”.
Eso es lo que hacían estas personas, según su relato, antes de que el agua
les llegara al cuello. Cayeron más de doscientos litros por metro cuadrado
en los montes. El agua del río Antas, seco durante todo el año, buscó las
ramblas en su camino hacia al mar y arrasó con todo lo que se encontró a su
paso. En poco más de diez minutos, la calle de Juan Sebastián Elcano, junto
a la desembocadura del río, donde confluyen varias urbanizaciones pensadas
para las vacaciones y el retiro, se convirtió en un lodazal. El torrente
rompió cristales, arrancó paredes, volcó coches, destruyó la inversión, los
ahorros y los proyectos de vida de muchos habitantes y se llevó por delante
en esa misma calle a una mujer de 52 años. Según el informe preliminar de
daños facilitado por el Ayuntamiento de Vera, el desastre afectó a unas 85
hectáreas de terreno a ambos lados de la desembocadura del río. En total,
daños en 4.300 viviendas, 130 locales, 1.950 aparcamientos y unos mil
vehículos arrastrados por la corriente.
“Me he quedado sin nada”, dice Alfonso Hidalgo mientras muestra un álbum de
fotos lleno de barro a las puertas de su casa. La riada destrozó la puerta y
una pared de la casa. Con las piernas cubiertas, Alfonso trató de ponerse a
resguardo en la planta de arriba. No le rescataron hasta por la tarde. Lo
llevaron a un pabellón en Vera con otros cientos de personas. Volvió al día
siguiente y consiguió recuperar alguna cosa: una prótesis dental que había
perdido en el fango. “Yo vivo con muy poco dinero. Estoy jubilado y me vine
aquí con mis ahorros. Si hubiera perdido la prótesis no me habría podido
comprar una nueva. Me he quedado con lo que llevo puesto, el día y la
noche”, cuenta con la voz distorsionada por las ganas de llorar.
El torrente arrancó paredes y se llevó por
delante en esa misma calle a una mujer de 52 años
Junto a él, Momo, un vecino checo que trabaja de gogó en la noche
almeriense, mira el suelo sentado en una silla, rodeado de enseres
inservibles llenos de fango que se amontonan en la calle. Alfonso sí pudo
rescatar a sus perros; él, no. A su perra, una rottweiler llamada Daisy, se
la llevó la riada. Antes de perderla pudo rescatar a una mujer mayor de su
casa forzando la puerta. A pocos metros de allí, Antonio González, el
socorrista, se lamenta de que tendrá que regresar a Madrid: “Me gustaba la
vida aquí, pero ya no hay nada. Se acabó. Tendré que volver y buscar trabajo
en otro sitio. Aunque ya no hay nada en ningún lado”. Y Raquel, la mujer que
estaba preparando las lentejas, cuenta cómo se sorprendió a sí misma
colocando en la encimera la olla exprés, que estaba flotando en el agua.
“Cómo si sirviera de algo”, dice la señora.
Juan Sebastián Elcano es una extensa avenida de dos carriles que da acceso a
la playa y que marcha paralela a la desembocadura del río Antas. Es de las
pocas calles de la zona en la que hay comercios. Además de urbanizaciones
con cientos de apartamentos, hay cuatro bares, un supermercado, dos
restaurantes, un despacho de abogados, dos centros de estética, una piscina,
pistas de tenis, un asador de pollos, una tienda erótica, un cajero, un
estudio de arquitectura y siete inmobiliarias, la mayoría de ellas cerradas
por la crisis del ladrillo.
Las primeras urbanizaciones en la zona no se planearon hasta finales de los
setenta. En 1982, los terrenos por donde pasa hoy la calle de Juan Sebastián
Elcano fueron calificados por el Ayuntamiento como urbanizables. Por esas
fechas llegaron los primeros pobladores, la mayoría ingleses, italianos,
noruegos, alemanes y austriacos que se hicieron con algunas casas de
multipropiedad. “Pero el mayor desarrollo empezó en 1995”, dice la alemana
Karin Radomsky, residente en una zona que conoce desde 1989.
La magnitud del desastre es visible estos días y resulta complicado hacerse
una idea de cómo era la calle antes de la riada. Los propietarios se
esfuerzan en sacar de sus casas el barro, una pasta espesa y oscura llena de
cañas que se ha incrustado en todos los ángulos de las viviendas. En muchas
de ellas, una señal negra marca el nivel que alcanzó el agua, los 2,80
metros. Fuera, la calzada es un basurero en el que se acumulan los muebles y
electrodomésticos. Las neveras viven en las copas de los árboles y hay
todavía coches encajados en lugares inverosímiles. Hay cuadrillas formadas
por extranjeros que ayudan a limpiar por unos euros. Las botas de agua se
han agotado en los pueblos de alrededor.
En 1982, los terrenos por donde pasa hoy la calle
fueron clasificados como urbanizables a pesar de estar en zona de riadas
En ese ambiente surgen las preguntas de los residentes. Con más o menos
virulencia, quienes han perdido sus bienes arremeten contra las
Administraciones y buscan a los responsables. Por ahora no aparecen. “Le he
preguntado al alcalde que cómo se ha podido construir aquí. No se le deja
salida a la naturaleza”, dice Luis Antonio Petit, un profesional del mundo
de la publicidad que vive en Madrid y posee una segunda residencia en la
urbanización Playas del Sur, donde 170 viviendas han quedado destrozadas. El
propietario también señala la falta de limpieza en el cauce del río, algo
que había sido demandado por los vecinos, muchos de los cuales veían el
peligro de anteponer el interés paisajístico y ecológico de la Laguna a la
seguridad de los vecinos.
En cualquier caso, lo cierto es que todo el mundo sabía que Pueblo Laguna,
la zona en donde se levanta la calle de Juan Sebastián Elcano, y Puerto Rey,
ambas en la desembocadura del río, ya han sufrido inundaciones en el pasado.
Una en el año 1973, que también arrasó otros pueblos y que causó cientos de
víctimas por todo el litoral. A partir de ahí ha habido varias riadas. Quizá
la de 1989 sea la que más recuerdan algunos vecinos. “Ya estuve así una vez.
Esto que me ves haciendo ya lo hice entonces”, dice un inglés que trata de
sacar el barro fuera de su restaurante.
Si se pregunta a las distintas Administraciones por la causa de las
inundaciones, la respuesta es diferente. Para el Ayuntamiento, lo que ha
ocurrido está ligado a la falta de adecuación del río. “Le hemos rogado a la
Junta de Andalucía que limpiara y encauzara el río Antas de matorrales y
cañas”, dice el alcalde de Vera, José Carmelo Jorge Blanco, del PP, que
lleva un año y medio en el cargo (antes la alcaldía estaba en poder del
Partido Andalucista) y señala que no es momento de buscar culpables.
“Estamos desbordados. Necesitamos ayuda para hacer que la gente que vive
aquí no sufra más las inundaciones”.
En Vera 4.300 viviendas y 130 locales sufrieron daños
y unos mil coches fueron arrastrados por la corriente
La Junta de Andalucía asegura que en agosto de 2008 se autorizó al
Ayuntamiento a limpiar el río, pero que este no lo acabó haciendo por
razones presupuestarias. Sí, ha tumbado otros proyectos para limpiar el río.
Uno de ellos no obtuvo el visto bueno porque estaba ligado a una operación
urbanística que consistía en desviar el cauce de una rambla “con el único
propósito de liberar terrenos inundables para nuevas promociones
inmobiliarias”, según un informe de la Consejería de Agricultura, Pesca y
Medio Ambiente del pasado 3 de octubre. La Junta asegura que, si bien la
Administración autonómica es la encargada de desautorizar un plan
urbanístico, esto solo es así desde 1994, cuando se aprobó la Ley de
Protección Ambiental de Andalucía. “Puerto Laguna y Puerto Rey fueron
construidas a mediados de los setenta. Los promotores han podido levantar
las viviendas —en aquellos años o posteriormente— solo con la licencia
municipal”, se defiende un portavoz de la Junta.
“Todas las administraciones tienen su parte de responsabilidad, y también
algunos propietarios que se opusieron ferozmente a la propuesta de deslinde
de Playa Vera, que declaraba la zona como inundable”, afirma el catedrático
de Ingeniería Hidráulica de la Universidad de Granada, Miguel Ángel Losada.
El experto es autor de un informe muy crítico con la nueva Ley de Costas del
Gobierno. En él se recoge precisamente el ejemplo de Playa Vera, que ahora
suena como una advertencia de lo que más tarde o más temprano iba a ocurrir.
“Proteger Playa Vera puede costar cinco millones de euros. La nueva reforma
grava sobre los presupuestos del Estado el gasto de las inundaciones. Pero
quién debe pagarlo. Deberían ser los que han construido en esas zonas. Si
ponemos urbanizaciones y carreteras junto a los ramblas y las riberas del
mar tendremos más desastres como el de Playa Vera. Es una locura”, dice
Losada.
Suena la voz de un contestador al otro lado del teléfono: “Está usted en
contacto con el Consorcio de Compensación de Seguros”, dice. Esa es la
respuesta que ahora mismo reciben quienes han sufrido la riada. Tienen que
esperar 72 horas a que alguien de la empresa estatal vaya a supervisar los
daños y se haga cargo de la situación. “Te dicen que no toques nada”, señala
una afectada en el bar La Cala, donde un grupo come unos bocatas mientras
tratan de asimilar lo que les ha ocurrido. Están cansados y en sus caras se
puede ver la indignación que surge después de pasar horas enfangados. “Creo
que no hemos recibido el apoyo moral que debiéramos. Nos han dejado solos”,
dice la mujer. “Ni siquiera unos bocadillos o agua gratis para los que
estamos aquí limpiando. No he visto imágenes como las del chapapote en
Galicia y, en general, los medios de comunicación no han hecho mucho caso a
lo que ha pasado aquí”, se queja la mujer.
En los aledaños de Juan Sebastián Elcano, las cuadrillas prosiguen con el
trabajo. El barro se acumula en las aceras. Algunas casas no se tocan.
Pertenecen a extranjeros que aún no han podido llegar o bien son de los
bancos, casas de hipotecas impagadas que siguen vacías.
El olor empieza a hacerse más espeso en esas viviendas. Cristóbal, un hombre
que prefiere no dar su apellido, busca una tele de plasma en el lugar donde
ha ido colocando todas las cosas que estaban en su casa. Ya no está. En los
últimos días se ha hablado de pillaje, de algunos grupos que van buscando
algo que llevarse aprovechando el desorden tras la riada.
“No sé quién puede querer eso, si ya no sirve para nada”, dice Cristóbal. Y
pide que todo sea expropiado, que les den un dinero y que nunca se vuelva a
construir en la desembocadura del río.
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